
Recuerdo, recuerdo el autobús, era de esos antiguos, de los que la palanca de marchas parece una varilla y le baila para todo lado, que casi no le entran los cambios de marcha y al hacerlo la caja de cambios suena como quebrándose, como si le metieran un martillazo, a la vez que el chofer va madreando el estornaco que maneja. Ella era adivina, de esas que con sólo ver a la persona sabía su pasado, que le atormentaba y el porvenir bueno o malo que le esperaba; el bus funcionaba casi por puro milagro, todo le sonaba, todo lo tenia flojo, los asientos pequeños, de fibra de vidrio y plástico, duros e incómodos, el viaje fue largo y pesado, pero sobretodo cansado; la maga venia sentada junto a él, se rozaban muy seguido los antebrazos por el oscilar del bus, ayudado por la calle de lastre, ella lo volteó a ver con desconfianza, él también la miró rápidamente, y además de reojo notaba que llevaba algo extraño entre las manos, su piel estaba fría y olía raro. Él deseaba llegar pronto, ver el pueblo, buscarla, decirle para que había ido hasta ahí; pensando para sus adentros rogaba porque la vieja hechicera no le hiciera conversación, que no le preguntara nada, ni la hora, no estaba de humor por el viaje tan singular, sólo se concentraba en llegar viendo por la ventana el paisaje, las montañas bañadas de verde, el sol hermoseándolo todo, los animales que no se veían en la ciudad, deseaba que el chofer se apresurara, que nadie se bajara ni se subiera más, imploraba porque se terminaran las paradas, no quería hablar con nadie, ni siquiera saludar, lo único que anhelaba era llegar lo más pronto posible, llegar ya!!, recorrer el pueblo, encontrarla, verla de nuevo, abrazarla, besarla, sentirla, decirle porque estaba ahí. La vieja hechicera hizo un intento por hablarle, decírselo, se le quedo viendo fijamente por unos segundos pero entendió la forma implícita en que él expresaba su desinterés, su rechazo.
Ella conocía muy bien a la mujer que él venia a buscar y también sabía el motivo de él y lo que esa mujer pensaba y esperaba de él, pero al notar su actitud no quiso ganarle la noticia al destino y dejó que se diera cuenta a su tiempo.
Por fin llego el destartalado autobús, el pueblo era más grande de lo que se imaginaba, el clima era insoportable, demasiado caliente y muy seco, los pueblerinos miraban con un poco de desconfianza y a la defensiva a los visitantes por malas experiencias con los foráneos; al bajar, la psíquica se guardo en un bolso lo que llevaba entre las manos, era una pieza de madera de color oscuro, pero no pudo definir su forma. Él no perdió tiempo y empezó a recorrer el pueblo con las pistas que tenia de ella y lo poco que ella le había dicho, la adivina al distanciarse lo miró fijamente como quien sentencia un hecho, él no le dio importancia pero quedo con la duda. Al final de la tarde encontró un sitio donde era muy probable viviera ella, el crepúsculo ya casi moría, el naranja se convertía poco a poco en pardo, las nubes se iban con el sol, se empezaban a percibir las sombras, paulatinamente la noche se asentaba y brillaba con las estrellas, cruzó la calle para tocar en el aposento, cuando estaba a unos pasos de la puerta pasó delante de él la hechicera, lo miró fijamente, extendió el brazo y le dio la pieza de madera que traía desde el bus en las manos, él se sorprendió pero por el impulso decisivo que llevaba tocó primero la puerta antes de fijarse en la pieza y su forma; mientras esperaba a que le abrieran observo para todos lados a ver para donde se había dirigido la bruja, pero apenas la logró localizar, cerca de la esquina, a dos pasos desapareció, de inmediato volteó a mirar la figura en su mano y al mismo tiempo abrieron la puerta, era ella, era la figura de los dos.
Esa noche los grillos, chicharras, y ranas cantaron más de lo usual, pasaron cinco estrellas fugaces y un tenso suspenso hasta las tres de la madrugada que recorría todos los caminos del pueblo, después los gallos comenzaron a cantar de una manera inusual, inquieta, avisando; esa mañana y todas las siguientes no se volvió a abrir aquella puerta;
Lo recuerdo porque antes de que me lo contaran y se hiciera leyenda, una de esas mañanas al pasar caminando por esa puerta, lo sentí, los vi.
Ella conocía muy bien a la mujer que él venia a buscar y también sabía el motivo de él y lo que esa mujer pensaba y esperaba de él, pero al notar su actitud no quiso ganarle la noticia al destino y dejó que se diera cuenta a su tiempo.
Por fin llego el destartalado autobús, el pueblo era más grande de lo que se imaginaba, el clima era insoportable, demasiado caliente y muy seco, los pueblerinos miraban con un poco de desconfianza y a la defensiva a los visitantes por malas experiencias con los foráneos; al bajar, la psíquica se guardo en un bolso lo que llevaba entre las manos, era una pieza de madera de color oscuro, pero no pudo definir su forma. Él no perdió tiempo y empezó a recorrer el pueblo con las pistas que tenia de ella y lo poco que ella le había dicho, la adivina al distanciarse lo miró fijamente como quien sentencia un hecho, él no le dio importancia pero quedo con la duda. Al final de la tarde encontró un sitio donde era muy probable viviera ella, el crepúsculo ya casi moría, el naranja se convertía poco a poco en pardo, las nubes se iban con el sol, se empezaban a percibir las sombras, paulatinamente la noche se asentaba y brillaba con las estrellas, cruzó la calle para tocar en el aposento, cuando estaba a unos pasos de la puerta pasó delante de él la hechicera, lo miró fijamente, extendió el brazo y le dio la pieza de madera que traía desde el bus en las manos, él se sorprendió pero por el impulso decisivo que llevaba tocó primero la puerta antes de fijarse en la pieza y su forma; mientras esperaba a que le abrieran observo para todos lados a ver para donde se había dirigido la bruja, pero apenas la logró localizar, cerca de la esquina, a dos pasos desapareció, de inmediato volteó a mirar la figura en su mano y al mismo tiempo abrieron la puerta, era ella, era la figura de los dos.
Esa noche los grillos, chicharras, y ranas cantaron más de lo usual, pasaron cinco estrellas fugaces y un tenso suspenso hasta las tres de la madrugada que recorría todos los caminos del pueblo, después los gallos comenzaron a cantar de una manera inusual, inquieta, avisando; esa mañana y todas las siguientes no se volvió a abrir aquella puerta;
Lo recuerdo porque antes de que me lo contaran y se hiciera leyenda, una de esas mañanas al pasar caminando por esa puerta, lo sentí, los vi.
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